Escritores del Urquiza Azul Abregú 4to 3ra. Turno mañana

"Iluminado"


El trabajo cada vez se me hacía más pesado. Al llegar a la oficina, iluminada por luz natural y repleta de gente, me sentía bienvenido, tranquilo. Pero mientras las agujas se seguían moviendo y el sol caía y la gente se iba, el ambiente se me hacía más oscuro, más siniestro y yo me sentía cada vez más perdido, más desolado. 

Alumbrado por la luz artificial que emanaba el monitor, me encontraba absorto en la tarea. Simple, monótona, moviendo los dedos con una paz magistral y escuchando únicamente el sonido de las teclas y el zumbido de fondo de la única computadora que estaba encendida. Mis ojos apenas abiertos, marcados de cansancio, ya no leían lo que escribían, ya no precisaban hacerlo. Las letras seguían apareciendo una tras otra, avanzaban y retrocedían a la misma velocidad, como medidas por reloj. 

Pero los dedos pararon y la pantalla se mostraba en blanco. La pequeña línea, marcando el final de la oración, desaparecía y aparecía pacientemente esperando una respuesta. Los párpados cerrados, las manos caídas sobre el teclado, los labios resquebrajados, resecos y pálidos. 

Vuelvo a abrir los ojos, ¿me quedé dormido? ¿Cuánto tiempo? ¿Será ya demasiado tarde? Al asomarme del cubículo y mirar por la ventana: la inmensa oscuridad continuaba, la noche no había terminado y yo tampoco mi trabajo.

Pero al mirar la pantalla, las palabras se habían perdido. Se las llevaba el viento, y la imagen de un campo verde se alzaba ante mí. Confundido, absorto en la imagen por un momento, me olvidé de mi tarea. Quería hacerla, debía hacerla, pero la imagen me cautivaba, se veía tan real, tan movida, tan vívida

Los pájaros pasaban frente al cielo azul y sentía que podía escucharlos, el viento desprendía las hojas de un árbol al borde del barranco y por un momento sentí que una me había rozado; la brisa corría a mi alrededor y me enfriaba la nuca dándome escalofríos.

Miré mis manos blancas y cansadas, toqué mis ojeras caídas y oscuras, lamí mis labios secos y rotos. Con el impulso del viento, despertando mis piernas dormidas y siguiendo el sol que me iluminaba, corrí hacia él a través del sueño, a través del vidrio y de la oscuridad.  Esa noche, encerrado entre cuatro paredes, corrí por una ladera escarpada y me lancé al vacío.


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